El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 3)

Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996

Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.

Empieza el martirio

De vuelta a los conocidos pagos de El Niche, hasta ese momento la vida era más placentera para el joven Toro Díaz, había trabajado para los “trateros”, se había unido al grupo de su hermano Ramón, “El Tuta”, y hasta uno de los patrones ocasionales le había sacado libreta para que tuviera su previsión. Sus familiares estaban dichosos porque lo veían mayor, fornido de cuerpo y radiante de frescura para empeñar las herramientas. Las puertas se le abrían esplendorosas para mirarla vida con mayor confianza, pensando en que muy pronto podría encontrar una “guaina” que le acurrucara, le tuviera el plato servido y la ropa limpia no le faltara. Estaba soñando despierto, un mundo de posibilidades se le tejían en su fantasía, preparando el destino a un cambio radical en su vida.

Su hermano Ramón tuvo la mala idea de hacer justicia por su propia cuenta robando una suma de dinero a unos deportistas, que a su juicio la habían cobrado indebidamente. A raíz de que los perjudicados dieron cuenta a Carabineros del Retén Pencahue, ubicado a pocos kilómetros de El  Niche, “El Tuta” emprendió la fuga sin dejar rastros para no caer en manos de la policía. De tanto buscarlo sin tener éxito, los representantes de la ley fueron tras el “Torito”, que supuestamente podría tener indicios de su hermano, empero al responder negativamente y pedirles que lo dejaran trabajar tranquilo, fue llevado al Retén, donde recibió el primer castigo físico. Salió en defensa su patrón sin conseguir más que la misma dosis de brutalidad.

A partir de ese incidente la tranquilidad se le termina a Abraham Toro, una y otra vez es apartado de su lugar de trabajo para ir a parar al Retén con los mismos resultados por no confesar algo que ignoraba. De esta forma, su trabajo se torna complicado. Se le cierran las puertas, porque los patrones no quieren tener problemas, ni menos un trabajador de continuo ausente de la faena al ser requerido por la fuerza pública rural con tanta frecuencia. Con su jefe tratero deciden cambiar de rubro, esta vez vendiendo carne de cabrito a las dueñas de casa de Pencahue. La policía desconfía de la procedencia del producto y nuevamente son detenidos.

Un golpe muy duro para el “Torito” fue la muerte de hermano prófugo Ramón (1912-1932) y de otro amigo que le acompañaba, luego de ser descubiertos por la policía, lo que terminó con este fatal desenlace, que la prensa contemporánea habría llamado de “confuso incidente cuyas causas se investigan”. La soledad le embarga, no puede conformarse ni explicarse que su hermano tan joven tuviera ese desgraciado fin cuando apenas empezaba a vivir y cuando la falta no era tan grave como para que se acriminaran de esa forma.

Seguramente como producto de su desconcierto y unos pícaros grados de alcohol, el “Torito” protagoniza una riña a punta de cuchilla, sacando la peor parte su rival. Ambos son detenidos y luego de un corto proceso, el juez dictamina la libertad de los dos luego que el herido se desistiera de los cargos.

Tiempo después de este fatal incidente, el “Torito” se puso a beber en una cantina de Pencahue, hasta donde llegó un carabinero de apellido Cerda, que embriagado confesó a los presentes haber dado muerte a Ramón Toro Díaz. El trago se derramó a cántaros esa noche, al día siguiente el “Torito” despertó maltrecho en el calabozo del Retén, al lado de su amigo de farra que murió a su vista al no poder soportar el trato que le habían dado. Ambos estaban acusados de ser los sospechosos de la muerte del carabinero Cerda. Era lo más lógico. Que hubiera cobrado venganza por el asesinato de su hermano Ramón, “El Tuta”. Pero por confesiones posteriores el “Torito” dijo saber la verdad sobre el real autor del crimen.

La sentencia fue cuatro años de presidio. Primero en la cárcel de San Vicente y posteriormente trasladado al recinto penitenciario de Rancagua, donde aprende el oficio de zapatero remendón. La proximidad de la Navidad siempre ha sido para los gobernantes motivo especial de otorgar perdón. Por su buena conducta el “Torito” es indultado. La libertad estaba nuevamente a su disposición, era el reencuentro con los padres y hermanos y la dicha de poder caminar por las calles de Pencahue a su regalado gusto.

Eso era lo que pensaba, pero la realidad se le presentó distinta. A las horas de estar allí los carabineros del Retén que cumplían su habitual ronda lo encararon para pedirle que se fuera lejos, a cualquier parte donde ellos no lo vieran nunca más, advirtiéndole a la población que lo ignorara para que se cumpliera el propósito. Considerando que era una injusticia el razonamiento policial, el “Torito” se niega terminantemente a cumplir la proposición, siendo detenido y golpeado.

Imposible nadar contra la corriente. Para evitar el seguimiento y el de su familia, decide dejar el territorio que tanto amaba trasladándose a Santiago que no conocía, recorre Melipilla, la zona del Cajón del Maipo y otros lugares donde le dieran un trabajo aunque fuera esporádico. De continuo se cambia de nombre para trabajar tranquilo, no faltando quien lo delate. Esto le obliga a cometer nuevas fechorías nocturnas, asociándose de vez en cuando con amigos circunstanciales que a menudo conocía en casas de remolienda, especialmente en el barrio San Alfonso, donde se había encariñado con una asilada. En esos años venía fugazmente a visitar sus seres queridos para tratar de encontrar la tranquilidad que sólo le era rota por la amenaza de la policía. Con ocasión de unas Fiestas Parias, nuevamente es detenido en Pencahue, supuestamente por lucir una hermosa tenida, que había enorgullecido a su mare, pero que los uniformados consideraron robada.

Continuará…