El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 11)
Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996
Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.
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Séptima parte de la historia disponible aquí.
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Décima parte de la historia disponible aquí.
Zapatero de confianza
En ese período de clandestinidad absoluta de Abraham Toro, en San Vicente se celebró un matrimonio de una respetada dama avecindada en el sector oriente de la ciudad con un ciudadano argentino que había estado realizando trabajos profesionales en la zona. Tan pronto terminó su contrato laboral, la pareja emprendió rumbo hasta San Rafael, ciudad natal del novio, para establecer su hogar allí en forma definitiva.
Obviamente que para esta nueva dueña de casa, de iniciales S. C. G., la figura del “Torito” estaba latente, ya que como buena sanvicentana sabía al revés y al derecho todas las historias que del bandolero comentaba la gente. Mientras paseaba una tarde por su barrio, grande fue su sorpresa al reconocer al “Torito” trabajando afanosamente en su tallercito de reparación de calzado, a pocas cuadras de su hogar en una de las calles de la ciudad trasandina. Lo observó con disimulo y atentamente por un espacio de tiempo, para quedar totalmente cierta que era él quien estaba frente a sus ojos.
Años después, en uno de su viajes a su ciudad natal, S. C. G. conto a sus familiares y amigos más cercanos todo lo que había visto, llamándole la atención el cambio experimentado por el bandolero, su seriedad para dedicarse por completo a su nueva profesión y valorar esa libertad tan ansiada que le permitía dedicar gran parte del día a cumplir con su oficio para mantener a su “patroncita” y a la pequeña hija de ambos. Como nadie conoce su pasado –comentó una vez- la gente lo respeta y le tiene aprecio, por cuanto es, además, muy responsable en sus compromisos; incluso más, algunos vecinos le encomendaban el cuidado de sus casas cuando debían ausentarse”, acotó atónita.
Para conocer mayores detalles de su experiencia y conocer qué aires soplan para la viuda y su hija Soledad, quisimos conversar telefónicamente con S. C. G., pero lamentablemente el intento resultó fallido, porque a mediados de julio viajó a Estados Unidos para visitar una de sus hijas y no volverá a San Rafael hasta fines de agosto. Una lástima, sus testimonios habrían sido intresantes a fin de enriquecer la historia.
Continuará…