Santiago Varas Yañez

Lo encontramos en su silencioso y acogedor domicilio en Rancagua, su ciudad natal, pero por la cual no guarda tanto aprecio como sí lo hace por su querido pueblo de Tunca, en San Vicente de Tagua Tagua, donde pasó muchos años de su infancia, juventud y edad adulta. “Tunca es mi aldea”, asegura. Estudió la profesión de Técnico Agrícola, que le permitió administrar tierras en algunas localidades de la Provincia de Cachapoal. Luego, se hizo comerciante, debiendo viajar a la ciudad de Concepción con su camión repleto de naranjas. Recuerda esta época con mucho afecto. Hace 25 años que comenzó a quedar ciego, fecha que coincide con su acercamiento definitivo a su oficio actual de tiempo completo: poeta popular y cantor a lo divino. El aprendizaje del oficio de poeta y cantor fue posible a partir de su propia iniciativa de conocer versos, y también por la cercanía que tuvo con la décima espinela en la enseñanza secundaria, las “Humanidades” de antaño, como tan bien se rotulaban. El canto a lo divino lo aprendió del poeta popular Raimundo León Morales de Pichilemu, capital de la Provincia Cardenal Caro, en la costa de la Región.

Desde su juventud y adolescencia siempre compuso versos, en ningún momento dejó de hacerlo; incluso, al entrar a la vida laboral, siguió componiendo. Todo el tiempo andaba con su libreta. A pesar de todo esto, nunca se le ocurrió que ese sería su oficio. En un comienzo mostraba sólo algunos de sus versos, otras veces los hacía por encargo. En relación a estos versos por compromiso, le tocó vivir una experiencia muy reconfortante: estando ya ciego y transcurridos muchos años, una familia amiga, los Canales, le hizo saber que tenía un legajo de papeles con versos que él había compuesto para esta familia.

Confiesa que no sabe tocar el guitarrón ni la guitarra, instrumentos tradicionales del cantor a lo poeta. Sin saber tocar la guitarra, inventó una afinación. Sin embargo, es el acordeón el instrumento que lo acompañó desde muy pequeño, cuando su padre le regaló uno.

Un cuñado lo contactó con el gran poeta popular y múltiple instrumentista, Santos Rubio, habitante de la localidad de la Puntilla de Pirque hasta su reciente muerte. Don Santos o Santitos, como cariñosamente se le llamaba, conoció su obra por medio de un programa de la desparecida radio Umbral, dedicado a la poesía popular, y se propuso enseñarle a través de lecciones que le pasaba en una cinta de caset donde registraba las afinaciones, los toquíos y el canto, gracias a lo cual aprendió varias melodías de la tradición. El cantor y poeta de Pirque fue su más importante maestro. Ha conocido, nos dice, pocos músicos como él: tocaba piano, los dos tipos de acordeón, la guitarra, el guitarrón, el banjo, la mandolina, el cuatro y muchos otros instrumentos. Sabía muchos versos muy antiguos y no cantaba composiciones propias a lo divino, todas eran de tradición. En el argot del poeta popular, estos versos de tradición se llaman versos autorizados.

Hace 10 años le prohibieron salir a cantar a las ruedas de canto a lo divino debido al frío y el trasnoche, que podrían afectarle los riñones, pero siguió cantando en lo que llama “medias vigilias”, acotadas en un horario de 8 a 12 de la noche.

Una vez que quedó ciego, comenzó a componer en serio y a tiempo completo con la ayuda de una grabadora. Compone pensando en una historia que vuelca mentalmente al verso. Luego, su esposa registra en el papel lo grabado por su voz. Por su habilidad y rapidez para componer le llamaron “el versomático”.

Define al cantor a lo divino en función de su conocimiento de las Sagradas Escrituras y su fe. En este sentido, no deberían existir cantores a lo divino sin fe, pues eso se nota en los cantores que se retiran de la rueda de canto una vez que han interpretado su verso. También un cantor debe conservar en todo momento el respeto por los cantores antiguos en el oficio, que no son, necesariamente, los de mayor edad.

A los cantores jóvenes o a quienes desean iniciarse en este arte, les recomienda ir a las ruedas o vigilias de canto a lo divino porque allí pueden encontrarse versos de más de dos siglos de antigüedad y podrán constatar que lo importante es cantar hacia el altar y que la presencia o no de público es totalmente indiferente.

Cierra sus palabras con una sentencia proverbial: “en el canto a lo divino se gasta y en los encuentros de payadores se gana”.