Isabel Fuentes Pino
Se nos hace una tarea muy compleja, cuasi agobiante, abarcar en un breve espacio la vida y obra de Chabelita Fuentes. Ha sido y es cantora, intérprete magistral del arpa chilena y la guitarra; investigadora, recopiladora y maestra de varias generaciones de músicos y bailarines que proyectan el folclore. Compañera de infinitas jornadas de los artistas y cultores de la música chilena desde hace más de 60 años, siendo testigo y protagonista de primera fila del paso por los escenarios nacionales de diversas expresiones, que van desde la así llamada por los musicólogos “música típica”, el Neofolklore y la Nueva Canción Chilena.
Se presenta sencillamente como arpista de San Vicente, sintiéndose feliz de estar en esa tierra maravillosa, que cada día quiere más. Dice también, con modestia ejemplar, digna de admirar ojalá en muchos, que toca “un poco” de guitarra. Todo esto, le parece a ella, nació con el brotar de su existencia. Su quehacer se lo debe a una época maravillosa, con autores y compositores magníficos, que le tocó conocer cuando estaba recién aprendiendo sobre folclore. Luego de su período formal de aprendizaje junto a uno de los integrantes del conjunto Los Provincianos, don Fernando Montero, fue llamada a integrar esta agrupación con la que llegó, incluso, a viajar a Buenos Aires para la asunción a la Presidencia de Argentina del general Juan D. Perón.
Pero su destino estaba trazado para ser la creadora de la agrupación vigente más antigua de Chile, en el ámbito de las cantoras campesinas y de rodeo: Las Morenitas, que fundara en 1954 junto a su hoy inseparable amiga, Laura Yentzen, “que tenía muy linda voz”, según rememora. Esa misma voz que se sigue manteniendo bella y atrayente, según constatamos nosotros hoy.
Revela que ha tenido experiencias maravillosas con la guitarra, más que con el arpa, porque aquella comenzó a tocarla siendo muy niña y pronto la dominó muy bien. Tocó piezas musicales europeas, leyendo desde la partitura, pero se dedicó tanto a la cueca y la tonada que esa música selecta quedó a un lado muy pronto.
En su casa mantiene intactas sus dos arpas y sus guitarras, una de ellas que fuera de propiedad de su padre, que cantaba siempre aquellas canciones chilenas que hoy son su tesoro. Este y muchos otros son los que ha ido recopilando en su larga vida, lo que ha resultado en la profusión de cuadernos con letras de canciones, escritas por su propia mano, junto a indicaciones melódicas que sólo refrescan ocasionalmente su aún potente memoria musical.
El arpa la aprendió, al principio, mirando a una compañera que tocaba muy bien. En breves semanas ya había aprendido lo básico. Hoy es capaz de tocar piezas completas de diversos estilos sudamericanos. Pero lo que es más propio a su juicio, lo chileno, es la cueca y la tonada. Más allá de eso, con excepción tal vez del vals y la habanera, no le llaman la atención. En su vida el folclore es una palabra de muy extenso significado. Ha sido su existencia entera, se ha metido en su alma. Cuando estaba enamorada, sentía que allí estaba el folclore. Una persona que no le guste la expresión genuina de su pueblo, no le resulta atractiva ni digna de su amor.
No sólo tiene espacio en su corazón para su música, sino que también se hace tiempo para tejer, bordar y pintar. Así se prodigan en sus obras sus mayores talentos y sus más prístinos afectos.
A los jóvenes les pide que “no se aburran nunca de interpretar lo que es Chile”. Ella ha hecho eso toda su vida: escuchar el repertorio de otras personas y no aburrirse nunca de ello. Agrega que “si les gusta algo, que lo sigan haciendo, aunque les cueste, porque todo cuesta, nada es fácil”. Para superar las dificultades no hay otro camino que estudiar.
Todo lo que hace lo lleva adelante con pasión, “porque todo hay que hacerlo con amor”, dice acompañando sus palabras con un hondo suspiro.